Lectura contra big brother
En la ciudad me siento entre perseguido e invisible.
Entro al café y me topo con una pantalla de televisor. Mientras espero mi turno en la fila del banco, no uno sino hasta dos o más televisiones me acechan. Viajo en algún autobús foráneo y me asalta la basura que arrojan las pantallas. Viajo en algún avión y encuentro el aeropuerto convertido en el ojo invertido de una mosca. En salas de espera, supermercados, bares, en la calle misma, la pantalla espera el menor descuido para apoderarse de mi vista.
Llego a mi casa y siento que puedo estar fuera de su alcance; pero no, alguien tiene prendido el televisor. Puedo evitar verlo, pero de pronto llegan las voces del esperpento audiovisual. Mis oídos se deprimen y yo caigo en cuanta que se trata de una de las formas de infelicidad .
Puede ser algo más grave. ¿Qué pasa si la pantalla no sólo no envía imágenes para atrapar mi cerebro sino que, como algunos lugares, recoge la mía mediante el mecanismo de circuito cerrado para entregarla a unos ojos que vigilan, supervisan, diseccionan? ¿No se ha vuelto realidad lo que George Orwell imaginó en su novela 1984? Con frecuencia lo siento, el ojo de Big Brother me persigue.
Pero desde hace años, como toda criatura en una situación de riesgo, he aprendido una manera de eludirlo, de egañarlo, de reírme en sus narices, de pintarle un víolin a su escalvo y cómplice el homo videns en que nos ha convertido la relevisión del que habla Giovanni Sartori. Ese aprendizaje consiste en llevar siempre un libro contigo. En el momento en que la persecución del Big Brother parece un hecho consumado abro mi libro y por la puerta de la lectura escapo a otra atmósfera que me pone a salvo. El televisor se retuerce de rabia impotente cuando yo empiezo a producir mis propias imagenes, cuando invento historias y creo personajes a partir de aquellos que me brinda la lectura, cuando le quito el poder de imponerme los suyos. La Lectura se convierte en un acto político, en un acto de resistencia a la pantalla totalitaria del Big Brother. El Entrenamiento perverso y más caro del mundo queda reducido a una apuesta perdida ante la riqueza humana que sorbo en cada frase, en cada párrafo. Todos los millones invertidos en los episodios chatarra del televisor, en sus comedias que nos dictan cuándo reir y cuándo dejar de hacerlo, en sus shows exangües*, en sus películas casi sin excepción malas y la mayoría en inglés, en sus nuevas y fantásticas maneras de educar bobos, se van al caño frente a mis páginas modestas aparentemente inofensivas.
Leer es mi defensa contra la estupidización ambiental que por todas partes nos bombea el Big Brother. Pero como todo, la lectura paga un precio. Es el precio del aislamiento y la invisibilidad. Nadie me hace en el mundo mientras leo. Pago con la misma modena, pero me sentiría mejor si mi insularidad y mi condición invisible pudiera conpartirla con otros seres insulares e invisibles.
Mientras espero en la fila para pagar e recibo de la luz, leo. Mientras me transporto en un autobús urbano o en el metro, leo. Mientras aguardo la llegada de alguien donde quiera que sea, leo. Pero en ciertas pausas observo. Soy yo el único que lee. Los demás sólo esperan o, si es en un lugar donde reina el Big Brother, se dejan engullir por su pantalla.
Lo extraño es que la ausencia de lectores la siento más acentuada en Monterrey, la ciudad donde vivo, que en otras ciudades. Me pregunto por qué esto es así. Voy a las grandes tiendas en todas expenden libros y veo a los consumidores comprar no uno, sino varios. Visito con frecuencia las librerías y en todas hay clientes que aquieren libros. Algunos, opr su aspecto, quizá cumplen con la máxima personal de Erasmo de Rotterdam: "Si tengo dinero, compro libros; si me sobra, compro pan". ¿Qúe pasa entonces? ¿No México fue declarado hace no mucho por el nuevo régimen “país de lectores” ? ¿Dónde están los del Monterrey metropolitano?, me digo. ¿Por qué no los veo?
Recientemente , Nuevo León fue reprobado en una evaluación internacional sobre niveles educativos. La mayoría de su población sabe leer y escribir, pero en la práctica es mayoría son analfabetas funcionales. El criterio de evaluación aplicado donde nuestro estado quedó en último lugar es de la escritura, la lectura y las matemáticas. A los niños no les enseñamos bien estos instrumentos fundamentales de la comprensión y el criterio.Pero la respuesta, seguro, debe estar en muchas otras partes. En los planes y programas de estudio de todos lo niveles escolares. La lectura y la escritura se suspenden abrumadoramente en la mayoría de las carreras. Hay la concepción absurda de que la lectura , como no sea la de los textos escolares, es prescindible. ¿Para que puede servir una novela o un poemario?, dicen los tecnócratas de la educación. Hay que responderles sin la menor duda: En la literatura está la inteligencia del mundo, porque en ella el lenguaje está empleado para recrear múltiples experiencias humanas y culturales con palabras que hacen referencia a los nombres que arropan las cosas. Debajo de las palabras palpita el genio incesante de los pueblos, de sus modos, de su historia. Y las palabras forman un sedimento lógico e imaginativo a la vez. Este sedimento es el que guía a los hombres en sus lances, en la necesidad de resolver sus problemas, en sus elecciones y decisiones, en su capacidad de imaginar alternativas, circunstancias nuevas, otros mundos.
Solo la lectura sustituye con ventaja la historia de los pueblos condensada en su memoria. Hoy que esta memoria es debilitada por las imágenes disolventes del Big Brother y sus hermanos menores especializados, como él, en la propaganda, la publicidad y el entretenimiento pasivo, la lectura es más necesaria que nunca. Los abuelos ya no suelen contar cuentos, cada vez son menos los padres y madres que se dan tiempo para conversar con sus hijos, los maestros leen poco y poco es el amor por los libros que pueden transmitir a sus alumnos . Lo mismo se puede decir de los bibliotecarios: se han convertido en administradores de bibliotecas y cada vez más la figura del cisne terrible con la cual el bibliotecario Jorge Luis Borges identificaba al lector apasionado se pierde en la bruma. Los libreros, de manera muy acusada, en la Ciudad Metropolitana de Nuestra Señora de Monterrey, no atienden al elemental principio de cualquier vendedor: conocer minuciosamente el producto que venden para realizarlo mejor. Venden libros como vender detergentes o latas.
En todo, como siempre, hay excepciones; pero las excepciones no resuelven el problema de la regla. En el mundo que vivimos, cada vez estamos más pobres, más desesperados, más solitarios, más frágiles, más vacíos. Y es por ello que el Big Brother nos convence con mayor facilidad de que su pantalla es, si no la solución, por lo menos sí un gran atenuante a nuestra pobreza, a nuestra desesperación, a nuestra soledad, a nuestra fragilidad, a nuestro vacío . El libro puede no ser ni esa solución ni ese atenuante, pero sí un principio de fortalecimiento personal, de brújula, de diálogo con nosotros mismos. Y, desde luego, algo que no nos puede dar el Big Brother por más que ese sea su publicitado objetivo: placer. Nos da un sustituto de placer muy parecido al placebo. La lectura de un relato o de un poema si es placer genuino, pues en su interior bullen la pasión y la inteligencia de quien lo escribió.
La Feria Alternativa del Libro es un esfuerzo que me convence profundamente, pues sus organizadores, antes que administradores, -no dejan de serlo, desde luego, pues de otra manera no se explicaría el creciente imán de este evento-, son amantes de los libros. Tienen, por tanto, una concepción de la vida y la cultura que no se queda en el evento mismo, que lo trasciende porque en ellos anida la idea, de que así como hay una feria alternativa del libro puede haber también un mundo alternativo donde pueda haber entre los hombres un diálogo sustancial, en el que prevalezcan las ideas sobre el poder, a partir de condiciones de equidad y de dignidad compartidas. Es por estas razones que acepté acompañarlos y decir unas palabras en la inauguración de la Tercera Feria Alternativa del Libro de Monterrey. Mis últimas palabras son de admiración y agradecimiento para ellos, y también para todos ustedes por escucharme.
Abraham Nuncio.
Monterrey, Nuevo León.
Octubre 2003.
*Exangües:adj: Desangrado, falto de sangre./ fig. Sin fuerzas,aniquilado. / fig. Muerto.